El neoliberalismo en México.
La economía
El presidente Ernesto Zedillo pieza central del salinismo declaró que el proyecto echado a andar en 1985 está bien en lo fundamental. Pero ¿es acertado ese diagnóstico? ¿Es posible que la sociedad mexicana pueda seguir pagando el alto costo del neoliberalismo salinista?
Durante el salinismo el crecimiento fue bastante desigual y, en conjunto, pobre. Pero su herencia es terrible. El producto interno bruto (P1B) casi no creció en 1993 (0.4%), pero el año electoral de 1994 sí (3.5%). Sin embargo, en 1995 volvió a caer, y de forma espectacular, brutal, no experimentada desde los peores días de la revolución mexicana: alrededor de 8%, según lo admitió el propio presidente ante un grupo de representantes de la Unión Europea.
Para el mexicano común y corriente el nivel de vida está en función directa de su empleo y remuneración. El poder adquisitivo de la remuneración ha caído y el empleo mismo está en peligro. El INEGI institución que nunca exagera en materia de desempleo calculó que en 1995 había dos millones seiscientos veinticinco mil mexicanos en el desempleo total: 6.6% de la población económicamente activa (PEA), que es de 36.1 millones de personas: un aumento de 100% de diciembre de 1994. Se teme que en el futuro inmediato las filas de los sin trabajo van a seguir aumentando. Ahora bien, si tomamos en cuenta a desempleados y subempleados, entonces los afectados por la crisis del neoliberalismo real serían más de 40% de la PEA, según admisión del propio secretario de Trabajo.
En cuanto a los proclamados logros de "las reformas al sector financiero", esa banca privatizada y vendida a un puñado de favoritos del sexenio, y que tan espectaculares utilidades tuvo en los primeros años, hoy está al borde de la quiebra. En efecto, al concluir el segundo trimestre de 1995, los bancos privados registraron pérdidas por cuatro mil millones de nuevos pesos. El gobierno tuvo que entrar al rescate de la banca canalizándole apoyo por cinco mil trescientos millones de dólares en los primeros cinco meses de 1995, además de que varios bancos extranjeros empezaron a adquirir parte de lo que en otro tiempo fue una banca enteramente mexicana. Hasta el momento, diez mil empresas micro, pequeñas y medianas se han visto obligadas a llegar a la suspensión de pagos. Para el productor mexicano, el costo del crédito está muy por encima del que tienen sus competidores, y los abogados de la banca andan a la caza de las propiedades de miles de clientes con cartera vencida, cuyo monto llegaba a los noventa y dos mil millones de nuevos pesos a mediados de 1995. En realidad, los bancos proyectaron subastar pronto en el extranjero bienes raíces de sus deudores mexicanos por seis mil millones de dólares. El Barzón, la organización creada por los deudores y cuyas filas crecen rápidamente, se preparó a dar la lucha contra esta medida.
La estabilización de precios fue uno de los grandes orgullos del salinismo. Para lograrlo se sobrevaluó el peso y como resultado el déficit externo creció y creció. En 1989 el déficit en cuenta corriente era ya de seis mil millones de dólares, pero en 1991 había saltado a casi dieciséis mil millones y para 1994 fue muy superior a los veinte mil millones. La aparente prosperidad estaba, pues, montada en un impresionante desbalance en el intercambio de México con el resto del mundo. En su momento, el salinismo afirmó que tal hecho no importaba, pues el resto del mundo confiaba en el modelo y seguiría metiendo su ahorro en México para suplir el que internamente no se generaba. Y así fue, lo malo es que el grueso de ese ahorro no era para inversión productiva, sino especulativo y volátil, que llegó atraído por las altas tasas de interés y que se fue en cuando calculó que la sobrevaluación del peso ya no resistía más. Vino entonces la necesidad de detener la hemorragia en las reservas mediante una rápida devaluación "los errores de diciembre del 95", y entonces desapareció lo que quedaba de la "confianza" de los especuladores. Fue así que todo el esquema se vino abajo y que la apuesta de los salinistas se perdió.
Sin la estabilidad cambiaria, la estabilidad de precios no podía ser. La inflación, que en la segunda mitad de los ochenta había llegado a más de 150% anual, para 1991 había bajado al 18% y al final del salinismo llegó a la ansiada meta de un dígito. Sin embargo, en 1995 todo cambió y los cálculos del propio secretario de Hacienda situaron la inflación en 45%, pero otros menos optimistas la pusieron en bastante más de 50%. El gran sacrificio por lograr la inflación de un dígito se fue por la borda.
La deuda externa total que había llegado a los cien mil millones de dólares al cierre del sexenio de Miguel de la Madrid, empezó a descender con Salinas. Pero en 1990 volvió a aumentar y ahora su crecimiento simplemente se disparó. A mediados de 1995 se calculaba que el monto de esa deuda llegaba a la impresionante suma de ciento sesenta y dos mil millones de dólares e iba a seguir creciendo. El futuro está hipotecado.
La contraparte de los 24 mega millonarios mexicanos fue una más injusta distribución de la riqueza. En 1993 el salario real equivalía apenas a 73% del de 1989. Según los datos del INEGI, 13.6 millones de mexicanos vivían en la extrema pobreza. Y mientras 20% de las familias más pobres tenían que sobrevivir con apenas 4% del ingreso total disponible, el 60% intermedio lo hacía con el 42%, en tanto que el 20% más afortunado se apropiaba del 53% restante. Ahora bien, dentro de ese 20% superior, la desigualdad era tan grande como en el conjunto, y el grueso de sus recursos lo acaparaba un puñado de familias: las favoritas del régimen, beneficiadas por las privatizaciones y los monopolios.
Del total de la población mexicana ocupada, 63% reportó ingresos diarios equivalentes a no mas de dos salarios mínimos, y sólo 7% superaba los cinco salarios mínimos. Una forma más de decir lo mismo: datos tomados de un trabajo del profesor Fernando Cortés muestran que, si bien en el 1984-1988 el ingreso monetario de los mexicanos aumentó en promedio 18%, entre el 10% más pobre apenas subió 8%, mientras que en el 10% con mayores ingresos subió 39%; para el 1989-1992, el aumento total del ingreso monetario fue de sólo 6%, pero el 10% de los mexicanos más pobres veía disminuir su ingreso en 11%, en tanto el 10% más afortunado lo veía aumentar 17%.
El "milagro" baja inflación aunque con un crecimiento muy modesto se alimentó en buena medida de una campaña de propaganda y, en otra, de los resultados de la bolsa, o más exactamente, del flujo de capital externo especulativo. En efecto, antes de la última devaluación, la economía mexicana ocupaba el lugar 23 a nivel mundial. Pero en contraste y a mediados de septiembre de 1994, la bolsa mexicana ocupaba el quinto entre los mercados bursátiles más rentables del mundo.
El subempleo y el desempleo no son, como asegurara el anterior secretario de Hacienda Pedro Aspe, mitos geniales, sino realidades que desmoralizan a quienes las sufren y que, además, significan un desperdicio social terrible. Un indicador entre muchos, pone de manifiesto la magnitud del problema en que estamos metidos y lo difícil cuanto urgente de su solución. Según las cifras de Lorey y Aida Mostkoff, entre 1980 y 1990, egresaron de las universidades de México, un millón 162 mil 352 profesionales; pero para ellos únicamente se crearon en el mismo 311 mil 452 empleos. Ochocientos mil egresados del sistema universitario se quedaron, pues, sin empleo o se emplearon en otra actividad que no fue para la que se prepararon. Y ahí no termina la historia, según los datos disponibles, al concluir el decenio de los ochenta, de los profesionistas con empleo, 59% ganaba, en promedio, menos que un oficinista. Si al finalizar la revolución mexicana, entre los años de 1940 a 1960, la educación fue la gran vía de la movilidad social, hoy ya no es el caso.
La sociedad
El neoliberalismo ha efectuado varias reformas que transformaron el corazón del edificio constitucional creado por la revolución mexicana: los artículos 3, 5, 24, 27 y 130. Se decretó así el fin del reparto agrario, se modificó el ejido, se reconoció la personalidad jurídica de la Iglesia, se privatizó la banca.
Del ataque inicial a las directivas sindicales de petroleros y maestros, el salinismo no sólo logró obtener una imagen de fuerza y rechazo a liderazgos corruptos, sino que subordinó a la voluntad presidencial los feudos sindicales que sobrevivieron, en particular la CTM. De ahí la relativa facilidad con que luego la presidencia impuso pactos entre capital y trabajo, que decretaron topes salariales pero liberaron precios. Ahora bien, la maniobra tuvo un costo: la red corporativa de la que tanto y tan bien se sirvieron presidencias anteriores quedó muy debilitada, casi inutilizada.
La modificación del artículo 27 y la alteración a fondo del papel que debe tener el ejido en la nueva economía neoliberal y abierta, trajo a la presidencia el apoyo del PAN y del sector empresarial. Sin embargo y de nueva cuenta, ese granero de votos para el PRI y cimiento original de la presidencia fuerte, que era la CNC, y la promesa de una dotación ejidal, disminuyeron en importancia. Algo similar ocurrió con la destrucción de la CNOP.
Por otro lado, una de las banderas del neoliberalismo mexicano fue: no al Estado obeso (populista e ineficiente), sí al Estado fuerte (promotor y garantía de eficacia, justicia y libertad). Sin embargo, en una de las áreas de responsabilidad del Estado tan elemental e importante como es la impartición de justicia y la protección cotidiana del ciudadano en su persona, propiedad y derechos, la realidad no ha correspondido, ni de lejos, a la promesa. En la práctica y en esa materia, os mexicanos simplemente pasamos del Estado obeso al Estado inoperante o, de plano, al Estado inútil.
Un indicador que da idea de lo dramático de la situación mexicana en relación a la inseguridad ciudadana, a la inefectividad de su policía frente al aumento de la violencia criminal, apareció en un número de The Economist de 1993. En un cuadro de indicadores sociales, ese semanario británico comparó la situación de 1990 en veintidós países que van de Estados Unidos, Suecia y Suiza a Brasil, China e India. México resultó con la tasa más alta de asesinatos: ¡30.7 por cada cien mil habitantes del sexo masculino! La cifra es un poco más que la de Brasil, el doble que la estadunidense, seis veces superior a la de India, veinticinco veces más que la española y cuarenta y tres veces mayor que la de Japón. ¿Ése es el Estado fuerte prometido? ¿El sistema político más estable de América Latina en el siglo XX termina con uno de los mayores índices de violencia cotidiana? En México, la inseguridad y la justicia corrupta han sido, desde siempre, dos de las características que han hecho aún más difícil y miserable la vida cotidiana de los pobres en la ciudad y el campo. Sin embargo, en los últimos tiempos, la sensación y la realidad de la inseguridad y de la inutilidad de la policía y del sistema todo de impartición de justicia, se ha extendido hacia las zonas superiores de la pirámide social. Primero se propagó hacia los sectores medios y, finalmente, desde 1993 rompió la barrera histórica y alcanzó también a los grupos más altos: a la propia élite. La perversa democratización de la inseguridad mexicana.
En la visión liberal del mundo, y para usar las palabras de Thomas Paine, el gobierno, incluso en el mejor de los Estados, resulta ser un mal necesario. Sin embargo, también resulta que ese mal social, enemigo de la libertad es, a la vez, una institución indispensable e insustituible para crear y mantener las condiciones que permitan el ejercicio efectivo, cotidiano, de esa libertad y creatividad individual. En efecto, el Estado a través del ejército protege a la sociedad de sus enemigos externos, y a través de sus policías y tribunales la protege de sus enemigos internos: los criminales y otros violadores de la ley.
Así pues, y siempre desde la perspectiva liberal, si la autoridad no logra dar forma a una institucionalización efectiva de sus cuerpos de policías y de sus tribunales, la razón de ser, tanto de autoridades como de gobierno y Estado, prácticamente desaparece. Deja de ser un mal necesario para convertirse en un mal a secas y, por tanto, innecesario. Una sociedad donde no imperan de manera relativamente satisfactoria la ley y el orden, donde rutinariamente se vive de manera peligrosa en un "estado de naturaleza", según la visión de Thomas Hobbes uno de los padres del liberalismo, entonces se trata de una sociedad con un Estado inútil, ilegítimo e indigno de ser obedecido y preservado.
Al descuido histórico de los gobiernos posrevolucionarios en materia de policía e impartición de justicia, que produjo corrupción e incompetencia en abundancia, se le viene a añadir hoy un elemento externo que hace todavía más difícil que en México realmente tome forma ese supuesto "Estado fuerte" capaz no sólo de privatizar y cobrar impuestos, sino de enfrentar con éxito a la delincuencia. Ese elemento es el narcotráfico. Según cálculos de la Procuraduría General de la República, resulta que en 1994 los ingresos brutos de los varios grupos de narcotraficantes que operan en México, pudo ascender a los treinta mil millones de dólares. La magnitud de la cifra es impresionante. Representa prácticamente el mismo monto de las reserves del Banco de México, reportadas en 30.5 mil millones de dólares a fines de marzo de ese mismo año. Un narcotráfico tan fuerte como el Banco de México bien puede penetrar todas las estructuras gubernamentales que considere necesarias: los aparatos de seguridad, la Procuraduría General de la República, los gobiernos estatales, las policías, el ejército, todos.
El Estado ha ido perdiendo terreno desde hace tiempo frente a la corrupción policiaca y judicial; sin embargo, poco se hizo al respecto en el sexenio salinista, y no porque faltaran recursos económicos sino porque faltaron recursos humanos y, sobre todo, faltó voluntad y sobró irresponsabilidad política.
Y es que en realidad, el objetivo central de largo plazo del proyecto neoliberal mexicano al cual se subordinaron de terminados objetivos específicos de corto plazo la firma del TLC, el control de la inflación, la disciplina fiscal, es la creación de ese sector social que desde hace mucho está en formación en México, pero que por diversas razones nunca ha cuajado: la gran burguesía. Con el Estado en retirada, se abre ahora un espacio de liderazgo económico, político y cultural que sólo puede ser llenado por el gran capital. La modernización neoliberal, en países como el nuestro, lleva casi de manera inevitable a que la burguesía, la gran burguesía esa que el estatismo mantuvo por tanto tiempo dependiente y débil se convierta en la clase estratégica, aunque ya no sea una barguesía nacional sino trasnacional.
La economía
El presidente Ernesto Zedillo pieza central del salinismo declaró que el proyecto echado a andar en 1985 está bien en lo fundamental. Pero ¿es acertado ese diagnóstico? ¿Es posible que la sociedad mexicana pueda seguir pagando el alto costo del neoliberalismo salinista?
Durante el salinismo el crecimiento fue bastante desigual y, en conjunto, pobre. Pero su herencia es terrible. El producto interno bruto (P1B) casi no creció en 1993 (0.4%), pero el año electoral de 1994 sí (3.5%). Sin embargo, en 1995 volvió a caer, y de forma espectacular, brutal, no experimentada desde los peores días de la revolución mexicana: alrededor de 8%, según lo admitió el propio presidente ante un grupo de representantes de la Unión Europea.
Para el mexicano común y corriente el nivel de vida está en función directa de su empleo y remuneración. El poder adquisitivo de la remuneración ha caído y el empleo mismo está en peligro. El INEGI institución que nunca exagera en materia de desempleo calculó que en 1995 había dos millones seiscientos veinticinco mil mexicanos en el desempleo total: 6.6% de la población económicamente activa (PEA), que es de 36.1 millones de personas: un aumento de 100% de diciembre de 1994. Se teme que en el futuro inmediato las filas de los sin trabajo van a seguir aumentando. Ahora bien, si tomamos en cuenta a desempleados y subempleados, entonces los afectados por la crisis del neoliberalismo real serían más de 40% de la PEA, según admisión del propio secretario de Trabajo.
En cuanto a los proclamados logros de "las reformas al sector financiero", esa banca privatizada y vendida a un puñado de favoritos del sexenio, y que tan espectaculares utilidades tuvo en los primeros años, hoy está al borde de la quiebra. En efecto, al concluir el segundo trimestre de 1995, los bancos privados registraron pérdidas por cuatro mil millones de nuevos pesos. El gobierno tuvo que entrar al rescate de la banca canalizándole apoyo por cinco mil trescientos millones de dólares en los primeros cinco meses de 1995, además de que varios bancos extranjeros empezaron a adquirir parte de lo que en otro tiempo fue una banca enteramente mexicana. Hasta el momento, diez mil empresas micro, pequeñas y medianas se han visto obligadas a llegar a la suspensión de pagos. Para el productor mexicano, el costo del crédito está muy por encima del que tienen sus competidores, y los abogados de la banca andan a la caza de las propiedades de miles de clientes con cartera vencida, cuyo monto llegaba a los noventa y dos mil millones de nuevos pesos a mediados de 1995. En realidad, los bancos proyectaron subastar pronto en el extranjero bienes raíces de sus deudores mexicanos por seis mil millones de dólares. El Barzón, la organización creada por los deudores y cuyas filas crecen rápidamente, se preparó a dar la lucha contra esta medida.
La estabilización de precios fue uno de los grandes orgullos del salinismo. Para lograrlo se sobrevaluó el peso y como resultado el déficit externo creció y creció. En 1989 el déficit en cuenta corriente era ya de seis mil millones de dólares, pero en 1991 había saltado a casi dieciséis mil millones y para 1994 fue muy superior a los veinte mil millones. La aparente prosperidad estaba, pues, montada en un impresionante desbalance en el intercambio de México con el resto del mundo. En su momento, el salinismo afirmó que tal hecho no importaba, pues el resto del mundo confiaba en el modelo y seguiría metiendo su ahorro en México para suplir el que internamente no se generaba. Y así fue, lo malo es que el grueso de ese ahorro no era para inversión productiva, sino especulativo y volátil, que llegó atraído por las altas tasas de interés y que se fue en cuando calculó que la sobrevaluación del peso ya no resistía más. Vino entonces la necesidad de detener la hemorragia en las reservas mediante una rápida devaluación "los errores de diciembre del 95", y entonces desapareció lo que quedaba de la "confianza" de los especuladores. Fue así que todo el esquema se vino abajo y que la apuesta de los salinistas se perdió.
Sin la estabilidad cambiaria, la estabilidad de precios no podía ser. La inflación, que en la segunda mitad de los ochenta había llegado a más de 150% anual, para 1991 había bajado al 18% y al final del salinismo llegó a la ansiada meta de un dígito. Sin embargo, en 1995 todo cambió y los cálculos del propio secretario de Hacienda situaron la inflación en 45%, pero otros menos optimistas la pusieron en bastante más de 50%. El gran sacrificio por lograr la inflación de un dígito se fue por la borda.
La deuda externa total que había llegado a los cien mil millones de dólares al cierre del sexenio de Miguel de la Madrid, empezó a descender con Salinas. Pero en 1990 volvió a aumentar y ahora su crecimiento simplemente se disparó. A mediados de 1995 se calculaba que el monto de esa deuda llegaba a la impresionante suma de ciento sesenta y dos mil millones de dólares e iba a seguir creciendo. El futuro está hipotecado.
La contraparte de los 24 mega millonarios mexicanos fue una más injusta distribución de la riqueza. En 1993 el salario real equivalía apenas a 73% del de 1989. Según los datos del INEGI, 13.6 millones de mexicanos vivían en la extrema pobreza. Y mientras 20% de las familias más pobres tenían que sobrevivir con apenas 4% del ingreso total disponible, el 60% intermedio lo hacía con el 42%, en tanto que el 20% más afortunado se apropiaba del 53% restante. Ahora bien, dentro de ese 20% superior, la desigualdad era tan grande como en el conjunto, y el grueso de sus recursos lo acaparaba un puñado de familias: las favoritas del régimen, beneficiadas por las privatizaciones y los monopolios.
Del total de la población mexicana ocupada, 63% reportó ingresos diarios equivalentes a no mas de dos salarios mínimos, y sólo 7% superaba los cinco salarios mínimos. Una forma más de decir lo mismo: datos tomados de un trabajo del profesor Fernando Cortés muestran que, si bien en el 1984-1988 el ingreso monetario de los mexicanos aumentó en promedio 18%, entre el 10% más pobre apenas subió 8%, mientras que en el 10% con mayores ingresos subió 39%; para el 1989-1992, el aumento total del ingreso monetario fue de sólo 6%, pero el 10% de los mexicanos más pobres veía disminuir su ingreso en 11%, en tanto el 10% más afortunado lo veía aumentar 17%.
El "milagro" baja inflación aunque con un crecimiento muy modesto se alimentó en buena medida de una campaña de propaganda y, en otra, de los resultados de la bolsa, o más exactamente, del flujo de capital externo especulativo. En efecto, antes de la última devaluación, la economía mexicana ocupaba el lugar 23 a nivel mundial. Pero en contraste y a mediados de septiembre de 1994, la bolsa mexicana ocupaba el quinto entre los mercados bursátiles más rentables del mundo.
El subempleo y el desempleo no son, como asegurara el anterior secretario de Hacienda Pedro Aspe, mitos geniales, sino realidades que desmoralizan a quienes las sufren y que, además, significan un desperdicio social terrible. Un indicador entre muchos, pone de manifiesto la magnitud del problema en que estamos metidos y lo difícil cuanto urgente de su solución. Según las cifras de Lorey y Aida Mostkoff, entre 1980 y 1990, egresaron de las universidades de México, un millón 162 mil 352 profesionales; pero para ellos únicamente se crearon en el mismo 311 mil 452 empleos. Ochocientos mil egresados del sistema universitario se quedaron, pues, sin empleo o se emplearon en otra actividad que no fue para la que se prepararon. Y ahí no termina la historia, según los datos disponibles, al concluir el decenio de los ochenta, de los profesionistas con empleo, 59% ganaba, en promedio, menos que un oficinista. Si al finalizar la revolución mexicana, entre los años de 1940 a 1960, la educación fue la gran vía de la movilidad social, hoy ya no es el caso.
La sociedad
El neoliberalismo ha efectuado varias reformas que transformaron el corazón del edificio constitucional creado por la revolución mexicana: los artículos 3, 5, 24, 27 y 130. Se decretó así el fin del reparto agrario, se modificó el ejido, se reconoció la personalidad jurídica de la Iglesia, se privatizó la banca.
Del ataque inicial a las directivas sindicales de petroleros y maestros, el salinismo no sólo logró obtener una imagen de fuerza y rechazo a liderazgos corruptos, sino que subordinó a la voluntad presidencial los feudos sindicales que sobrevivieron, en particular la CTM. De ahí la relativa facilidad con que luego la presidencia impuso pactos entre capital y trabajo, que decretaron topes salariales pero liberaron precios. Ahora bien, la maniobra tuvo un costo: la red corporativa de la que tanto y tan bien se sirvieron presidencias anteriores quedó muy debilitada, casi inutilizada.
La modificación del artículo 27 y la alteración a fondo del papel que debe tener el ejido en la nueva economía neoliberal y abierta, trajo a la presidencia el apoyo del PAN y del sector empresarial. Sin embargo y de nueva cuenta, ese granero de votos para el PRI y cimiento original de la presidencia fuerte, que era la CNC, y la promesa de una dotación ejidal, disminuyeron en importancia. Algo similar ocurrió con la destrucción de la CNOP.
Por otro lado, una de las banderas del neoliberalismo mexicano fue: no al Estado obeso (populista e ineficiente), sí al Estado fuerte (promotor y garantía de eficacia, justicia y libertad). Sin embargo, en una de las áreas de responsabilidad del Estado tan elemental e importante como es la impartición de justicia y la protección cotidiana del ciudadano en su persona, propiedad y derechos, la realidad no ha correspondido, ni de lejos, a la promesa. En la práctica y en esa materia, os mexicanos simplemente pasamos del Estado obeso al Estado inoperante o, de plano, al Estado inútil.
Un indicador que da idea de lo dramático de la situación mexicana en relación a la inseguridad ciudadana, a la inefectividad de su policía frente al aumento de la violencia criminal, apareció en un número de The Economist de 1993. En un cuadro de indicadores sociales, ese semanario británico comparó la situación de 1990 en veintidós países que van de Estados Unidos, Suecia y Suiza a Brasil, China e India. México resultó con la tasa más alta de asesinatos: ¡30.7 por cada cien mil habitantes del sexo masculino! La cifra es un poco más que la de Brasil, el doble que la estadunidense, seis veces superior a la de India, veinticinco veces más que la española y cuarenta y tres veces mayor que la de Japón. ¿Ése es el Estado fuerte prometido? ¿El sistema político más estable de América Latina en el siglo XX termina con uno de los mayores índices de violencia cotidiana? En México, la inseguridad y la justicia corrupta han sido, desde siempre, dos de las características que han hecho aún más difícil y miserable la vida cotidiana de los pobres en la ciudad y el campo. Sin embargo, en los últimos tiempos, la sensación y la realidad de la inseguridad y de la inutilidad de la policía y del sistema todo de impartición de justicia, se ha extendido hacia las zonas superiores de la pirámide social. Primero se propagó hacia los sectores medios y, finalmente, desde 1993 rompió la barrera histórica y alcanzó también a los grupos más altos: a la propia élite. La perversa democratización de la inseguridad mexicana.
En la visión liberal del mundo, y para usar las palabras de Thomas Paine, el gobierno, incluso en el mejor de los Estados, resulta ser un mal necesario. Sin embargo, también resulta que ese mal social, enemigo de la libertad es, a la vez, una institución indispensable e insustituible para crear y mantener las condiciones que permitan el ejercicio efectivo, cotidiano, de esa libertad y creatividad individual. En efecto, el Estado a través del ejército protege a la sociedad de sus enemigos externos, y a través de sus policías y tribunales la protege de sus enemigos internos: los criminales y otros violadores de la ley.
Así pues, y siempre desde la perspectiva liberal, si la autoridad no logra dar forma a una institucionalización efectiva de sus cuerpos de policías y de sus tribunales, la razón de ser, tanto de autoridades como de gobierno y Estado, prácticamente desaparece. Deja de ser un mal necesario para convertirse en un mal a secas y, por tanto, innecesario. Una sociedad donde no imperan de manera relativamente satisfactoria la ley y el orden, donde rutinariamente se vive de manera peligrosa en un "estado de naturaleza", según la visión de Thomas Hobbes uno de los padres del liberalismo, entonces se trata de una sociedad con un Estado inútil, ilegítimo e indigno de ser obedecido y preservado.
Al descuido histórico de los gobiernos posrevolucionarios en materia de policía e impartición de justicia, que produjo corrupción e incompetencia en abundancia, se le viene a añadir hoy un elemento externo que hace todavía más difícil que en México realmente tome forma ese supuesto "Estado fuerte" capaz no sólo de privatizar y cobrar impuestos, sino de enfrentar con éxito a la delincuencia. Ese elemento es el narcotráfico. Según cálculos de la Procuraduría General de la República, resulta que en 1994 los ingresos brutos de los varios grupos de narcotraficantes que operan en México, pudo ascender a los treinta mil millones de dólares. La magnitud de la cifra es impresionante. Representa prácticamente el mismo monto de las reserves del Banco de México, reportadas en 30.5 mil millones de dólares a fines de marzo de ese mismo año. Un narcotráfico tan fuerte como el Banco de México bien puede penetrar todas las estructuras gubernamentales que considere necesarias: los aparatos de seguridad, la Procuraduría General de la República, los gobiernos estatales, las policías, el ejército, todos.
El Estado ha ido perdiendo terreno desde hace tiempo frente a la corrupción policiaca y judicial; sin embargo, poco se hizo al respecto en el sexenio salinista, y no porque faltaran recursos económicos sino porque faltaron recursos humanos y, sobre todo, faltó voluntad y sobró irresponsabilidad política.
Y es que en realidad, el objetivo central de largo plazo del proyecto neoliberal mexicano al cual se subordinaron de terminados objetivos específicos de corto plazo la firma del TLC, el control de la inflación, la disciplina fiscal, es la creación de ese sector social que desde hace mucho está en formación en México, pero que por diversas razones nunca ha cuajado: la gran burguesía. Con el Estado en retirada, se abre ahora un espacio de liderazgo económico, político y cultural que sólo puede ser llenado por el gran capital. La modernización neoliberal, en países como el nuestro, lleva casi de manera inevitable a que la burguesía, la gran burguesía esa que el estatismo mantuvo por tanto tiempo dependiente y débil se convierta en la clase estratégica, aunque ya no sea una barguesía nacional sino trasnacional.
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